El cortisol es una de las principales
hormonas del estrés. Se libera cuando estamos bajo presión, provocando nuestra respuesta evolutiva de lucha o huida.
Lo produce la glándula suprarrenal, y su función es garantizar que el cuerpo tenga suficiente energía para hacer frente a cualquier peligro que crea que está cerca. El cortisol estrecha las arterias, aumenta la presión arterial y eleva los niveles de azúcar en sangre. Históricamente, era esencial para nuestra supervivencia en la naturaleza, ya que nos daba la energía necesaria para correr por nuestras vidas.
Sin embargo, en el mundo actual, en el que los peligros percibidos rara vez son verdaderas amenazas para nuestra vida, el hecho de que nuestros niveles de cortisol se disparen con el sonido de un teléfono o una notificación de correo electrónico significa que muchos de nosotros vivimos en una sobrecarga de cortisol.
No me malinterpretes: el cortisol no es del todo malo en el mundo moderno. Nos ayuda a trabajar duro cuando estamos entusiasmados con un proyecto, dándonos el impulso para quedarnos despiertos hasta tarde planeando, escribiendo y pensando. Pero, como todas las cosas buenas de la vida, el cortisol es bueno con moderación.